Arquitectura silente

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Y se fue el último. Y ahora sí, ya no quedaba nadie. El único fue el perro de uno de ellos, cuyos ladridos oíamos de vez en cuando, rompiendo el silencio ensordecedor. Al final él también se asilvestró, y la montaña se lo acabó comiendo, como a nosotras. Las piedras por fin respiramos; ahora ya no teníamos que resguardar a nadie del frío. Dejamos que entraran las ramas y crecieran a través de nuestras grietas y nos abrazaran como antaño. Se fueron a otras casas, dijeron. Se fueron a lugares más simétricos. Se fueron porque ya no podían escucharnos con el ruido de la ciudad, que llegaba desde lejos. Ahora sólo nosotras mantenemos la memoria en nuestras cortezas, pieles y ramas. Adiós, almas. Siempre fue un placer ser refugio.